El Patio del Cabildo se llenó ayer de historia, la de las muchas mujeres de Gran Canaria que desde su infancia cambiaron las escuelas por los almacenes, los juguetes por los tomates, para dedicar sus vidas al empaquetado. La asociación de mujeres del empaquetado de tomates presentó el libro del mismo nombre que recopila la memoria de las protagonistas de esta actividad.
La obra recoge testimonios de más de un centenar de trabajadoras de distintos municipios de Gran Canaria que dedicaron buena parte de sus vidas a esta labor imprescindible para el sector tomatero. Una actividad que generó movimientos migratorios interiores y también procedentes de otras islas, mano de obra femenina, joven y barata a la que en muchos casos se le privó de derechos sociales y laborales.
El proyecto es una iniciativa de la Asociación de mujeres del empaquetado de tomates, con una subvención del Cabildo de Gran Canaria.
Abrió el acto el presidente insular, Antonio Morales, quien resaltó la necesidad de visibilizar la imprescindible aportación de las mujeres que, como la mayoría de las mujeres rurales, están al margen de estadísticas del sector primario, asumiendo la mayoría de la temporalidad y precariedad. Morales valoró especialmente el ejemplo de lucha de estas mujeres, que se enfrentaron a las injusticias en los tiempos de la represión franquista.
Gloria Herrera, presidenta de la asociación, y Domingo Viera, coordinador de la edición, explicaron los entresijos de la recopilación del proyecto, resaltando la importancia de contar con un libro que reúna los testimonios perdidos de tantas mujeres. Sus protagonistas hablan de las condiciones laborales que soportaban, de su incidencia en la vida personal y social, el abandono prematuro de los estudios, de las luchas sindicales, entre otros muchos aspectos.
Carmen Méndez, Águeda Armas y Teresa López relataron en primera persona sus experiencias. Algunas comenzaron a trabajar desde los 12 años, para lo que tuvieron que identificarse con partidas de nacimiento de otras niñas mayores. Las más pequeñas asumían las tareas de etiquetado, con salarios de “aprendizas”, en jornadas eternas de 8 de la mañana a 12 de la noche o más.
Las pésimas condiciones laborales de la época, más aún en el sector agrícola y peor si cabe para los oficios feminizados, generaron la solidaridad y las luchas sindicales. Recordaron anoche aquellas reuniones clandestinas en las que organizaron reclamaciones de atrasos de años en los salarios que finalmente ganaron en los tribunales y permitieron a muchas familias el acceso a un terreno sobre el que levantar sus viviendas.